El alcalde del distrito de Coya, de la provincia de Calca, Florencio Walter Béjar Mejía, es rodeado por mujeres que lo jalonean hasta que parece quedar paralizado. Una mujer le pone una pollera y otra, una llica, y lo pasean vestido de mujer.
Ese ha sido el castigo porque, según los pobladores, el alcalde no cumple sus promesas de campaña y tampoco hace obras. “Estamos cansados de promesas vacías y de cómo nuestras necesidades son ignoradas”, decían.
La escena, grabada en video, se hizo viral.
A simple vista, parece un acto de protesta por frustración y una advertencia para las autoridades que no trabajan. Pero, en realidad, encubre un mensaje que no debería pasar desapercibido ni ser minimizado: todavía hay quienes creen que lo femenino es sinónimo de incapacidad.
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Ese acto sencillo y espontáneo de vestir a un varón con ropa de mujer oculta años de sexismo —que relaciona a la mujer con la inferioridad—, de misoginia —que desprecia a las mujeres—, o de estereotipos de género —que la asocian con debilidad, irracionalidad o falta de competencia—.
Bastante se ha escrito sobre eso. Judith Butler, estadounidense y teórica del género, cuestionó en El género en disputa la idea de que lo masculino es activo y lo femenino pasivo. El género, dice Butler, es performativo: se construye mediante prácticas sociales que naturalizan la “incapacidad” de lo femenino como si fuera biológica.
Simone de Beauvoir, escritora francesa, señala en El segundo sexo que, históricamente, se ha negado a la mujer la capacidad de ser sujeto autónomo, reduciéndola a lo doméstico, a la dependencia y a la debilidad.
Para no citar solo a mujeres, vayamos con el sociólogo y pensador francés Pierre Bourdieu. En La dominación masculina analiza cómo lo que ordena la vida en sociedad —las estructuras sociales— reproduce la idea de que lo masculino es competente y lo femenino es débil, pasivo e incapaz. Bourdieu dice algo más importante y que tiene mucho que ver con lo ocurrido en Coya: esa visión, señala, se internaliza al punto de que las propias mujeres pueden asumir como “natural” su supuesta incapacidad.
Hemos visto al alcalde de Coya siendo vestido de mujer por mujeres. Mujeres que cuestionaban la incapacidad y, a la vez, asumían que lo femenino definía mejor esa incapacidad.
Serly Figueroa, exregidora y abogada, escribió en sus redes sociales: “Las polleras no son símbolo de incapacidad, sino de identidad y cultura. Realmente este es un acto de discriminación y violencia contra las mujeres. No podemos permitir más muestras de machismo como estas”.
Queda suelta, entonces, una pregunta: ¿Ese castigo desnuda la incapacidad de un alcalde o refuerza una cultura que convierte lo femenino en un insulto y lo usa como sinónimo de inferioridad?