Una planta de explosivos opera cerca de poblados, una estación del tren y a kilómetros del centro histórico del Cusco. Experto advierte que un accidente podría borrar en segundos siglos de historia y el principal motor turístico del país.
Cusco, agosto 2024. El martes 12 de agosto, Brasil vivió una tragedia: una explosión en la fábrica de explosivos de Enaex, en Quatro Barras, dejó nueve muertos, siete heridos y daños en viviendas y negocios cercanos. El lugar, diseñado con altos estándares de seguridad, quedó reducido a escombros por la onda expansiva. El incidente encendió las alarmas en Sudamérica.
Pero lo ocurrido podría repetirse en el Perú, y no en cualquier lugar, sino a escasos kilómetros del Centro Histórico de Cusco —Patrimonio Cultural de la Humanidad—, donde Enaex opera una planta que produce fertilizantes y, además, explosivos.
Luis Hilgert, ingeniero con 40 años de experiencia en manejo de explosivos, advierte que el riesgo es real. La planta de Cachimayo, instalada en los años 60 para producir nitrato de amonio con fines agrícolas, fue adquirida por este grupo industrial (Enaex) que incorporó la fabricación de explosivos. Hoy, produce unas 3 mil toneladas mensuales de nitrato de amonio y tiene capacidad para fabricar hasta 20 mil toneladas anuales de explosivos.
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“Está dentro del casco urbano: a 2 km de la estación de tren de Poroy y a poco más de 10 km del Centro Histórico. Tener una planta de explosivos cerca de una ciudad no es recomendable. A nadie se le ocurre poner una a 10 kilómetros del Vaticano”, afirma Hilgert.
Los antecedentes son contundentes:
• Oklahoma City, 1995: entre 2 y 3 toneladas métricas de explosivos improvisados (nitrato de amonio, combustible y otros componentes) destruyeron un edificio federal y causaron la muerte de 168 personas.
• Beirut, 2020: casi 3 mil toneladas de nitrato de amonio explotaron, dejando más de 200 muertos y destruyendo gran parte de la ciudad.
• Ghana, 2022: un camión con 10 toneladas de ANFO explotó tras un accidente, matando a casi 100 personas.
Fabrica de explosivos en Cusco pone en riesgo patrimonio de la humanidad
En Cusco, la producción anual supera ampliamente las 30 mil toneladas de nitrato de amonio. “El riesgo no está solo en la planta —explica Hilgert—, sino también en el transporte. Camiones cargados con hasta 25 toneladas de emulsiones explosivas cruzan zonas pobladas y turísticas. Un accidente así tendría una potencia destructiva 50 veces mayor que el atentado de Tarata”.
El especialista considera que la planta debería estar a al menos 50 km de cualquier núcleo urbano. Recuerda que en otros países esta distancia es una exigencia mínima para proteger a la población y su patrimonio, especialmente cuando se trata de ciudades históricas. Mantenerla tan cerca del Cusco, advierte, expone innecesariamente a miles de personas y a un legado cultural que no podría reconstruirse en caso de una tragedia.
El ingeniero es claro: “Puede ser que la probabilidad sea una en un millón, pero basta con que ocurra una vez. Ya en los últimos 20 años ha habido decenas de explosiones en plantas de este tipo. El patrimonio cultural no se puede reconstruir”.
Pese a los riesgos, la operación es legal. La Superintendencia Nacional de Control de Servicios de Seguridad, Armas, Municiones y Explosivos de Uso Civil (SUCAMEC), el Ministerio de la Producción y el Ministerio del Ambiente aplican las normas vigentes y las tablas de seguridad. “El problema —advierte Hilgert— es que esas tablas están hechas pensando en estructuras modernas, no en un centro histórico con valor cultural incalculable”.
Urge evaluación
Ante este panorama, el Ministerio de Cultura y la UNESCO deberían interesarse de inmediato, para que evalúen con urgencia la situación y promuevan medidas que garanticen la seguridad del patrimonio y de la población.
Mantener una planta de explosivos a pocos kilómetros del centro histórico de Cusco podría anular décadas de trabajo de la población y del gobierno para consolidar a Cusco —que concentra el 80 % del turismo nacional— como destino privilegiado. Los beneficios económicos son mínimos: “poco más de 30 empleos y un aporte fiscal reducido -asegura Hilgert-, frente al enorme riesgo para la vida, la economía y el patrimonio cultural del país”. La pregunta es inevitable: ¿vale la pena exponer a Cusco por una inversión extranjera de tan escaso impacto para la región?