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La crisis de gestión deteriora la imagen de Machupicchu

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La crisis de gestión en Machupicchu ha revelado no solo la desorganización y el colapso del modelo turístico, sino también la emergencia de intereses económicos y políticos que buscan aprovechar el momento para tomar el control del santuario sin ofrecer soluciones reales. Mientras aumentan las quejas por la saturación, los sobrecostos y el deterioro del sitio, empresarios turísticos y autoridades regionales empujan sus propias agendas con discursos vacíos.

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La alerta llegó desde fuera. La revista especializada Travel and Tour World calificó a Machupicchu como un destino que “ya no vale la pena visitar”, debido al caos en la atención al turista y al impacto negativo sobre el patrimonio. La publicación encendió alarmas, pero en lugar de generar un debate serio sobre la sostenibilidad del sitio, desató una competencia de propuestas oportunistas.

El gobernador regional del Cusco, Werner Salcedo, pidió que el Gobierno Central le delegue la gestión del sitio. Lo hizo sin presentar un plan técnico y en un contexto en el que su administración no ha mostrado capacidad para resolver ni siquiera los problemas más básicos del turismo regional. En paralelo, representantes del sector empresarial exigieron declarar a Machupicchu “activo crítico”, una etiqueta que abriría las puertas para una mayor intervención económica, como si el santuario fuera una mina o un aeropuerto.

Ambos sectores coinciden en el diagnóstico superficial, pero evitan hablar de los verdaderos problemas: colapso de servicios, desinformación, sobrecarga de visitantes y daños al patrimonio. Tampoco mencionan a los especialistas que desde hace años advierten sobre las consecuencias de la sobreexplotación. La Unidad de Gestión de Machupicchu (UGM), conformada por múltiples entidades públicas, se ha convertido en un espacio de disputas más que de gestión coordinada.

La respuesta del Ministerio de Cultura fue defensiva. Cuestionó la publicación internacional y recordó que solo la Unesco puede evaluar el estado del patrimonio. Pero ni eso logró calmar la crisis. El sindicato de trabajadores de la Dirección Desconcentrada de Cultura en Cusco respaldó parte de las críticas y advirtió que el deterioro del sitio es real. La pérdida de capacidades técnicas, la presión empresarial y la falta de una estrategia integral han debilitado la defensa del santuario.

La crisis de gestión deteriora la imagen de Machupicchu

Uno de los focos más graves es el sistema de venta de entradas. Actualmente, se venden mil boletos de forma presencial en el distrito de Machupicchu, por presión de comerciantes locales. Esta medida obliga a los turistas a permanecer en el pueblo con la esperanza de conseguir un cupo, lo que algunos especialistas califican como una forma de chantaje económico. La plataforma virtual, tuboleto.cultura.pe, tampoco funciona adecuadamente: las entradas se agotan rápidamente y la información oficial es escasa.

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El transporte es otro cuello de botella. La única empresa autorizada para subir a la ciudadela es Consettur, un monopolio que ha operado durante 30 años y que cobra hasta 24 dólares por un trayecto de 30 minutos. Aunque su concesión concluye en septiembre, persiste el riesgo de que obstaculice el proceso de licitación anunciado por la Municipalidad de Urubamba.

Y si todo eso fuera poco, el Viceministerio de Patrimonio Cultural propuso en enero aumentar el aforo a 27 mil visitantes diarios, sin respaldo técnico. El Plan Maestro del sitio —elaborado por el experto Douglas Comer— establece una capacidad máxima de 5.940 personas al día, siempre que se cumplan estrictas condiciones de manejo y mitigación.

Pese a las advertencias, los intereses siguen presionando. La última sesión de la UGM, realizada el 30 de junio, descartó por ahora el incremento de visitantes, pero abrió la puerta a un nuevo estudio del Mincetur para 2026 y a un “modelo de gestión” que el Mincul debe presentar en 45 días.

Desgaste en Machu Picchu

Los informes técnicos, como los del arqueólogo Carlos Cano Nuñes, advierten que las estructuras de Machupicchu sufren desgaste por la presión del turismo masivo: piedras erosionadas, suelos compactados, drenajes alterados, muros dañados. Pero esas alertas quedan relegadas frente a las decisiones políticas y los intereses económicos.

La situación es crítica. El problema no es Machupicchu. El problema es el modelo que se ha construido en torno a él: un sistema dominado por la improvisación, el lucro y la ausencia de una visión de largo plazo. La maravilla mundial no está en peligro por el paso del tiempo, sino por la ambición de quienes hoy quieren aprovechar su crisis para tomar el control.

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