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Ley de Amnistía: entre la traición, el desprecio y la impunidad

Fecha de publicación

La mañana del 14 de agosto de 1985, en la comunidad campesina de Accomarca, al este de Ayacucho, amaneció bajo el peso de la violencia y la injusticia. Dieciocho efectivos, dirigidos por el subteniente Telmo Hurtado y el teniente Juan Manuel Rivera, irrumpieron en la zona como parte de un plan designado, cuya misión era “capturar y/o destruir a los elementos terroristas existentes en la quebrada de Huancayoc”. Sin hallar armamento, explosivos ni material subversivo, procedieron a sacar a los lugareños de sus moradas, aislando a mujeres y menores de los hombres y ancianos. Lo que inició en un supuesto operativo terminó convertido en un exterminio.

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Es 14 de agosto de 2025. Otro tiempo, otros rostros, pero la justicia volvió a resquebrajarse. Un día antes, en Palacio de Gobierno, la presidenta Dina Boluarte promulgó la Ley de Amnistía que otorga beneficios a policías y militares vinculados a violaciones de derechos humanos cometidas entre 1980 y 2000. La disposición, además, ampara a aquellos sin fallo y abre la puerta a la excarcelación de condenados mayores de 70 años. Una acción que, lejos de cerrar cicatrices, las profundiza, y que para los ultimados y sus familias constituye una afrenta, un agravio y una muestra de profundo desprecio legitimada desde el aparato estatal.

 

“La gracia política no solo llegaría a favorecer a varios sentenciados por crímenes colectivos del conflicto armado interno, sino que también amenaza con archivar sin veredicto expedientes relacionados a desapariciones y ejecuciones extrajudiciales”

 

En esa fecha, en Accomarca, los retenidos fueron llevados a tres viviendas, donde permanecieron sometidos a los soldados. Poco después, la operación derivó en una de las matanzas más atroces del periodo del terrorismo en el país. Sesenta y nueve personas murieron —treinta de ellas niños—, de acuerdo con los registros de la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR). La causa jurídica avanzó lentamente, con prolongadas etapas de silencio, hasta que la extradición a nuestro territorio de uno de los imputados reactivó el caso. Fue recién en 2016, luego de tres décadas, que los superiores jerárquicos y los ejecutores quedaron con sentencia, y la atrocidad fue declarada de lesa humanidad.

En el acto oficial, Boluarte —investigada por la Fiscalía por la muerte de 44 individuos en las protestas posteriores a su ascenso, señalamiento que fue archivado por el Congreso, y con una desaprobación del 97%, una mandataria totalmente deslegitimada— presentó la imposición legal en forma de un gesto dirigido a quienes, en sus palabras, “entregaron su vida en defensa de la paz” y hacia otros “cargados con juicios interminables y acusaciones injustas”. La promulgación se realizó en abierta desobediencia a la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que ordenó frenarla en el marco de las resoluciones por Barrios Altos (1991) y La Cantuta (1992), ejecuciones perpetradas por el grupo militar encubierto Colina. Un hecho que demuestra que ni las medidas internacionales frenan los excesos de este régimen.

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“Decisiones como la reciente amnistía —el de la impunidad— evidencian que, en el Perú, la cúpula gobernante sigue siendo capaz de moldear el derecho a conveniencia de los que detentan el poder, sin pudor ni reparo alguno”

 

Y sí, la firma de la líder del Ejecutivo coincidió con los 40 años de la masacre de Accomarca, un cruce que enlaza tragedias de distintas generaciones a la sombra de un Estado que ha ignorado advertencias y reclamos. La gracia política no solo llegaría a favorecer a varios sentenciados por crímenes colectivos del conflicto armado interno, sino que también amenaza con archivar sin veredicto expedientes relacionados a las desapariciones en la UNCP ocurridas durante 1989 y 1993, al igual que la ejecución extrajudicial de comuneros de Paccha en 1992 y similares. Para la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH), la norma arrasa con decenios de esfuerzo por preservar la integridad jurídica y la verdad, y “pone en riesgo más de 150 condenas y 600 procesos en curso”.

En esa línea, cerca de 700 militares implicados a abusos serían beneficiados. Decisiones como la reciente amnistía —el de la impunidad— evidencian que, en el Perú, la cúpula gobernante sigue siendo capaz de moldear el derecho a conveniencia de los que detentan el poder, sin pudor ni reparo alguno. Al desoír los llamados de atención internacionales y las voces de las víctimas, no solo se erosiona la justicia, a su vez se envía un mensaje inquietante, pues en este país las heridas del pasado pueden reabrirse según intereses. Finalmente, queda claro que los que promovieron y respaldaron esta ley han traicionado la memoria y la dignidad del pueblo.

Lea la nota original aquí o visita el medio HYTIMES.PE

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