Por José Víctor Salcedo Ccama
Hubo un tiempo en que, cuando se hablaba de Machupicchu, se hablaba más de patrimonio que de turismo. Que era mejor tener un patrimonio del mundo que una maravilla mundial. Que el turista importaba en la medida en que importaba más Machupicchu.
En aquel tiempo, hace dos décadas, más o menos, el verbo que regía el debate público era “desmachupicchizar” el turismo: sacarlo del modelo extractivista del turismo masivo y rescatar su condición de patrimonio.
Había una visión mayoritaria patrimonialista, y otra, empresarial. Cuidar la “joya de la abuela” era casi un objetivo común. Hasta los empresarios reconocían que, sin Machupicchu, no había turismo posible.
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El tiempo pasó y el patrimonialismo decayó. El empresariado reelaboró la idea y, de “desmachupicchizar”, se pasó a “sobremachupicchizar” el turismo. El aforo se volvió —y sigue siéndolo— el tema central.
Ya no sorprende que un alcalde como Elvis La Torre diga que la solución al caos en el pueblo de Machupicchu es aumentar la venta presencial de boletos de 1,000 a 1,500 por día durante julio y agosto.
Hoy predomina el pensamiento La Torre. Se expresa en propuestas como aumentar el aforo a 27,000 visitas diarias, implementar visitas nocturnas e instalar teleféricos o funiculares.
Se manifiesta cuando se encarga al Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur) el nuevo estudio de capacidad de carga. O cuando se plantea, como lo hace Carlos Gonzales, representante de los empresarios del turismo, que Mincetur sea el gestor del turismo en Machupicchu.
Me parece peligroso que Mincetur se encargue de ambas cosas. Mincetur ve a Machupicchu como un destino turístico y una fuente de negocios, no como un patrimonio. Hace uno o dos años pretendió sobreexplotar el sitio, aumentando el aforo e implementando visitas nocturnas. Es el sector más entusiasta con la “sobremachupicchización” del turismo.
Que el Ministerio de Cultura (Mincul) fracasó es verdad. Pero también fracasó el Mincetur. ¿Qué hizo para crear destinos alternativos a Machupicchu? Nada.
La crisis—o el caos— en Machupicchu resulta del fracaso del Mincul y del Mincetur, de los alcaldes y de los empresarios, de los La Torre y de los Gonzales. Ningún ministerio tiene planes para cuidar el patrimonio y gestionar el turismo. Hay agencias formales que engañan a los turistas y los envían al pueblo diciendo que allí sí encontrarán boletos. Mincetur no hace nada para erradicar la informalidad en ese sector. Al empresariado le gusta más el sustantivo “turismo” que “patrimonio”.
La solución a la crisis—o al caos— no depende solamente de eliminar la venta presencial de entradas (impostergable, por cierto) o aumentar el aforo, sino de “desmachupicchizar” el turismo.
Y el nuevo estudio de capacidad de carga tendría que servir para eso: priorizar la protección del patrimonio —y no el turismo— a la hora de fijar el número de visitantes por día. No debería centrarse en la carga como lo único importante, o lo más importante. El turismo y lo que se gana con él (que no está mal) no deberían estar por encima del patrimonio. Pero, con el eufemismo de “la mala gestión del destino”, tratarán de aumentar el aforo.