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Cusco
Universidad Andina Admisión

De cartón piedra

Fecha de publicación

En esos mis años locos, cuando Leusemia invadió Cusco, vendimos entradas, pegamos afiches y trabajamos mucho solo para verlos tocar. Con ganas, con muchas ganas, hicimos la banderola con otro chico; la pintamos en la casa de los Inkaria y les dejamos la marca en su pared. (Luego de un tiempo, en otro concierto de otra banda, nos vimos y nos dijimos: «Nosotros pintamos la banderola» y nos abrazamos; éramos unos niños).

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Paseamos con la banderola por la Universidad, vendiendo entradas; por la Facultad de Biología, le vendimos una entrada por la ventana a un estudiante mientras este atendía clases. La banda se alojó en el segundo piso de un gimnasio, despertando todos los días a las 6 am con el «tunchis tunchis» de los aeróbicos.

Estábamos muy emocionados; éramos muchos amigos que nos hicimos hermanos después de esa experiencia. En ese momento, éramos un solo cuerpo; después llegaron las inevitables peleas.

Los fuimos a recoger al aeropuerto; todos se querían meter al taxi con eFe. No sé cómo, pero al final yo lo logré. Daba risa porque, en todo el camino, el oscuro eFe estaba tarareando, con sus uñas largas en la ventana, todas las canciones de la radio (creo que eran cumbias).

Crónica de una mochila no armada

Pastrian y Aldo eran tan amables que daba ganas de abrazarlos como peluches; eran unos niños juguetones vestidos con casacas de cuero negro. Daniel y Lucho vinieron con sus chicas y estaban un poco alejados de nosotros.

Les hicimos tocar por aquí y por allá: la Universidad, el Teatro Municipal, San Blas… Fueron muchos; ahora mismo no recuerdo todos los lugares. No los queríamos dejar ir. En todos los conciertos, yo gritaba el nombre de cierta canción una y otra vez; alguien a mi lado me dijo que ya le estaba cayendo mal, pero yo seguí fastidiando al pobre eFe. Ya estaban en Cusco y no se podían ir sin cantar esa canción que me gustaba. Hasta que, en el último concierto, la cantaron; emocionada, lloré y lloré sin poder contener mis lágrimas, cantándola, según yo, a dúo.

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Luego me enteré de que tanto le había cargoseado con la dichosa canción que mandó a traer las letras. La persona que me contó la historia me dijo: «Ah, tú eras la insistente; claro que ya te recuerdo». Se rió y me dijo que no la había cantado antes porque la canción tenía una letra tan larga que se había olvidado un poco y no la podía cantar mal o a medias. Otra lágrima rodó por mi mejilla.

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